EL TORMENTO Y EL ÉXTASIS (C. Reed, 1965)

The Agony and the Ecstasy (C. Reed, 1965)

Dr. Salvador Mateo Arias Romero
Historiador del Arte
Granada

Lcda. Mª de Czestochowa Molina Serrano
Historiadora del Arte
Granada

Resumen. Film que recrea el proceso de decoración de la Capilla Sixtina, encargada por el Papa Julio II a Miguel Ángel Buonarroti, quien no recibe el proyecto con agrado ya que él se consideraba a sí mismo escultor, no pintor. Todo esto enmarcado en un periodo convulso para la Iglesia del Renacimiento y, consiguientemente, para los Estados Pontificios, que luchan por mantener su posición. Magnífica película que resalta la genialidad del artista y la férrea voluntad del Sumo Pontífice, estando ambos, cada uno en su oficio, guiados por la mano de Dios.
Palabras clave. Renacimiento, Capilla Sixtina, Julio II, Miguel Ángel, Vaticano, arte, pintura, escultura, arquitectura, Roma, Bramante, Rafael.

Abstract.The Agony and the Ecstasy is a movie that recreates the painting by Michelangelo Buonarroti of the Sistine Chapel vaults, commisioned by Pope Julius II. The great artist was not pleased with the assignment because he considered himself to be a sculptor, not a painter. All the action occurs during a troubled period in Church history, when Papal States were fighting to secure his power and independency. A magnificent movie that highlights the genius of the artistic genius and the iron will of the Supreme Pontiff and patron of the arts. Both of them, each one in his trade, were guided by God’s hands.
Keywords. Renaissance, Sistine Chapel, Pope Julius II, Michelangelo Buonarroti, Vatican, art, painting, sculpture, architecture, Rome, Bramante, Raffaelo Sanzio.

 

El inglés Carol Reed adapta la novela de Irving Stone para realizar el film que llevará el mismo título, rodado al más puro estilo de Hollywood y contando con las actuaciones estelares de Charlton Heston y Rex Harrison así como con una magnífica banda sonora creada por Alex North.
Obtuvo cinco nominaciones a los Oscar: Sonido (James P. Corcoran), Fotografía en color (Leon Shamroy), Dirección artística (John De Cuir, Jack Smith y Dario Simoni), Banda sonora y Vestuario (Vittorio Nino Novarese). A pesar de esto, del gran reparto, de la calidad de las interpretaciones, de una estupenda ambientación y fotografía, y de una magnífica producción, la película no tuvo la acogida esperada y no fue el éxito taquillero que cabía esperar.
Posiblemente, Carol Reed se centrara en la decoración de la Capilla Sixtina, y no en otros periodos de la vida del artista, ya que la argumentación gira en torno al impetuoso carácter tanto del escultor como de Julio II y a la relación entre ambos. Se enfrentan el poder contra el arrebato, el amor a Dios contra el amor al arte, la imposición contra la libertad, el odio y la admiración de ambos imbricados en una espiral sin fin.
El director no se limita a la recreación fantástica de la figura de Miguel Ángel, sino que, previo al film, se proyecta un breve documental en el que nos muestra la trayectoria artística y personal del famoso artista, ya que estos aspectos serán obviados durante le película propiamente dicha.
Dicho documental, de unos diez minutos de duración aproximadamente, está ambientado en la Italia de los ´60 y en él se entrelazan imágenes de las más conocidas e importantes creaciones de Miguel Ángel, haciendo un recorrido lineal por la vida de éste.
Comienza hablándonos de la vida del artista, referenciando sus primeros acercamientos a la piedra, quizá motivo éste por el que siempre se sintió más escultor que pintor. Nació en Caprese en 1475, siendo confiado por sus padres, al poco de nacer, a una nodriza, hija y esposa de picapedreros, del pueblo de Settignano, famoso éste por sus canteras. El propio artista, años después, diría que ese hecho fue el decisorio de su destino, ya que el primer sonido que oyó fue el del cincel y la primera leche que tomó estaba empastada con el polvo del mármol (1).

En este recorrido, en el que se habla de las tres facetas del artista, la escultura, la pintura y la arquitectura, aparecen la cúpula de la Basílica de San Pedro, la Capilla Sixtina, algunos dibujos, la Madonna de las Escalinatas, la Batalla de los Centauros, Baco, Apolo, Cristo Crucificado, la Madonna Pitti, San Mateo, las tumbas de los Médicis (el Crepúsculo, el Alba, la Noche y el Día), la Madonna de los Médicis, la Piedad de la Catedral de Florencia, la Piedad de Palestrina, el David, el Moisés, la Piedad de San Pedro, la Piedad Rondanini y la plaza del Campidoglio. Sin embargo, la película, que se proyecta a continuación, está dedicada exclusivamente a la decoración pictórica de la Capilla Sixtina.
Los 139 minutos que siguen al documental, son una recreación de la situación política de la Italia del Renacimiento; de los enfrentamientos del Papa, Julio II, y los Estados Pontificios contra aquellos considerados como herejes invasores y destructores del catolicismo y contra las potencias hegemónicas de la Europa del momento que asolaban Italia; del abrupto carácter de Miguel Ángel; de la importancia de los Médicis; del Renacimiento en Italia y, en definitiva, de cómo un ser humano tosco, complejo y difícil, es capaz, en medio de una época convulsa, de plasmar en el techo de un espacio carente absolutamente de belleza, una obra que sobrecoge al mundo aún pasados quinientos años.
Comienza el filme mostrando las canteras, parte indivisible del ser de nuestro artista. Miguel Ángel, como queda reflejado repetidamente en la película, siempre se consideró un escultor; por encima de todo, escultor. ¿¡Qué sería de nosotros si Julio II no hubiera aparecido en escena!? Tan estrecha es la relación de Miguel Ángel con la piedra, que los bloques de piedra son los que le indican la forma que en su interior albergan. No es la piedra la que se supedita al tema sino todo lo contrario. De ahí sus continuas visitas a las canteras, fuente directa de inspiración.
El coprotagonista aparece pronto en escena, a caballo, guerreando, luchando contra Francia que pretendía arrebatarle el norte de Italia. En esta batalla, Julio II se proclama vencedor de la afrenta, entrando victorioso en Roma, donde había declarado el día festivo para poder recibir la ovación que un Jefe de Estado triunfante se merece. Entre los que aguardan en la capital del arte, se encuentra Miguel Ángel, que trabaja incesantemente en un proyecto grandioso que le llevaría toda la vida, la tumba del Papa.
Bramante, arquitecto magnífico de Julio II, además de llevar a cabo la reforma arquitectónica de la nueva sede de la cristiandad, gestiona el embellecimiento de tan magnánima empresa. Desde el comienzo se muestra reacio a Miguel Ángel, quizá por su carácter huraño, y es más proclive a jóvenes artistas como Rafael Sanzio, a quien pronto introducirá en el elenco de grandes figuras que dejarán su impronta en el Vaticano. Más aún se agudizarán las desavenencias entre Bramante y Miguel Ángel, en el momento en que Julio II le encarga al segundo que pinte a los doce apóstoles en el techo de la Capilla Sixtina, edificio sobre el cual, tanto Miguel Ángel como Bramante sí coinciden en que es de una pésima arquitectura. Para tal fin había presentado el arquitecto a Rafael, no siendo éste de agrado al Papa para ese cometido, si bien es cierto que le encarga la decoración de las estancias, como escenas más adelante veremos.

Miguel Ángel, a pesar de haber pintado algunas obras, rehúsa el encargo, ¡él es escultor!, pero la cualidad visionaria del Sumo Pontífice, y su carácter, no más maleable que el del artista, impone su voluntad en el encargo. En plena efervescencia de su rabia, acude a visitar a la familia de aquel que tanto le había ayudado, su gran mecenas, Lorenzo di Médicis, Lorenzo El Magnífico. Con éste, en Florencia, donde transcurre la primera etapa del escultor, realiza obras como Batalla de los centauros y los lapitas. Muerto El Magnífico, Miguel Ángel queda desamparado hasta un afortunado encuentro con Piero di Médicis, con el que retoma la relación con tan renombrada familia. Aunque no durará mucho tiempo tanta dicha, ya que el artista huye a Bolonia al ver éste que las miras de Francia planeaban sobre Florencia. Un año más tarde regresa a Florencia donde encuentra un ambiente hostil al tipo de arte que él practicaba, por lo que va a Roma invitado por el Cardenal Raffaele Riario donde, entre otras, realiza la Piedad. Vuelve a Florencia, contando este periodo con obras como el David (2), pero la mala situación económica, la aparición del Laoconte y la expectativa de los encargos del Papa, hacen que Miguel Ángel regrese a Roma, momento en el que nos encontramos.

La familia Médicis le aconseja bien y Miguel Ángel acepta el encargo, para lo cual requiere de un equipo de ayudantes florentinos, ya que éstos eran famosos por su gran destreza en la técnica al fresco.
Al llegar a la Capilla encuentra el techo agujereado por el andamio que había mandado instalar Bramante, lo que despierta la ira del artista que propone diseñar él mismo otro que no dañe la base de su obra. En la película consta ésta como la primera vez en que Miguel Ángel realiza una obra de ingeniería. Este enfrentamiento entre ambos artistas pone en entredicho las facultades de Bramante como arquitecto frente al despuntante ingenio de Miguel Ángel que comienza a hacerse patente también en arquitectura, cultivando así todas las artes como buen hombre del Renacimiento.
Ya comenzado el fresco, el pintor no está convencido de que los doce apóstoles sean adecuados para ese espacio ya que, debería cubrir amplios espacios entre las doce figuras con guirnaldas y grutescos, y él no cree que éste sea un trabajo digno de su valía, por lo que destruye la obra realizada hasta ese momento y huye de Roma buscando una fuente de inspiración que le mostrara el tema con el que se sintiera plenamente satisfecho y que lo consagrara para la posteridad.
Julio II envía a la Guardia Suiza, fundada por él en 1506, para su propia protección, a localizar a Miguel Ángel, hecho que no tendrá lugar. El artista aparece motu proprio a pie de batalla para mostrar al Papa lo que había de ser el tema de la Capilla Sixtina, la Creación. En esta escena el Papa pronuncia unas palabras que no pueden resumir mejor la genialidad del proyecto: “yo le encargué una obra de arte, él me propone un milagro”.
Punto de fricción entre ambos personajes será la cuestión económica. Si bien es cierto que el Papa destinó grandes sumas a la reforma de la Basílica de San Pedro, no será menor la cuantía que destinaba a los conflictos bélicos en los que se hallaba inmerso. En cualquier caso, el presupuesto que Julio II le dedica a Miguel Ángel nunca será suficiente para éste, que no contará con el desapego a lo material entre una de sus virtudes. Pese a las constantes desavenencias entre ambos por este tema, Julio II le sorprende a su muerte, dotando al artista de una gran suma de dinero para poder realizar su tumba.

Inimaginable esfuerzo titánico fue el que tuvo que realizar Miguel Ángel ante tan magna obra. Esta fuerza incontenible se transmite constantemente en la película, así como la impaciencia del Papa por ver terminado el techo, cosa que no ocurrirá hasta cuatro años más tarde. Julio II pregunta insistentemente “¿Cuándo acabarás?”, no hallando más respuesta que “cuando termine”. No era vigilancia lo que le profería el Papa al artista, sino su constante admiración solapada en impaciencia, aunque esta reiterativa acción nunca será entendida por el pintor, que se siente vigilado, criticado y menospreciado. En una escena Julio II entra en la Capilla con algunos cardenales que se afanan en criticar la obra, saliendo el Sumo Pontífice presto en su defensa, hecho éste innecesario ya que el pintor responde muy argumentadamente a los eclesiásticos haciendo palpable la ignorancia artística de éstos.
Por la complejidad del lugar “Miguel Ángel tuvo que echarse de espaldas y pintar mirando hacia arriba. En efecto, llegó a habituarse tanto a esta violenta posición que hasta cuando recibía una carta durante esa época tenía que ponérsela delante y echar la cabeza hacia atrás para leerla” (3). En efecto, Carol Reed, a través de Charlton Heston, maestro en el dominio de este tipo de papeles, transmite a la perfección el atrevimiento y la voluntad del artista por realizar la mayor empresa del Renacimiento, así como la dificultad de realizar los frescos en posición horizontal. Esto se concreta en una escena en la que al protagonista le gotea pintura en los ojos. Viendo la dureza del trabajo, no es de extrañar que durante muchos siglos los artistas estuvieran considerados como meros artesanos, aunque no fuera el caso del pintor que nos ocupa, ya que éste sí gozó de fama y éxito en vida.

En esta nueva etapa de la obra, Miguel Ángel rechaza a sus primeros ayudantes y se vale de otros para realizar las tareas menores y, décadas más tarde, cuando aquéllos habían muerto, Buonarroti hizo uso de la misma soberbia que le había impulsado a aceptar este encargo, y divulgó un rumor que se convertiría en uno de los pilares que engrandecerían su mito: “y así del todo condujo perfectamente en veinte meses aquella obra él solo, sin siquiera la ayuda de alguien que le mezclara los colores” (4). De aquella mentira nacería la visión romántica del genio aferrado a la bóveda.
Como en todo buen film que se precie, no puede estar exenta la historia de amor que corra paralela como trasfondo subyacente al verdadero hilo argumental. En El Tormento y el Éxtasis, nuestro protagonista mantiene un amor más espiritual que carnal, con una Médicis, Tesina, personaje que pretende recrear a Vittoria, amiga íntima de Miguel Ángel y con quien mantiene una relación similar en los últimos años de su vida.
Carol Reed pasa por alto el tema de la homosexualidad del gran genio, una homosexualidad no admitida públicamente, hecho que quizá impulsa el mal carácter del artista. Posiblemente ésta hacía que estuviera en un permanente estado de culpa que intensificaba su sensibilidad ante el tema de la salvación, plasmada en el Juicio Final; tema que, por otro lado, preocupaba a sus contemporáneos (5). Este particular, junto con el anacronismo que encontramos en los frescos de los muros laterales de la Capilla, es el único hecho fuera del rigor histórico. En la pared Este de la Capilla Sixtina, podemos observar dos frescos que fueron pintados por Arrigo Paludano en 1571 y Mateo da Lecce 30 años después de que Miguel Ángel terminara su Juicio Final (1541). Ellos reemplazaron las primeras pinturas de Signorelli y Ghirlandaio, destruidas por el colapso parcial del muro.
El vestuario, creado por Vittorio Nino Novarese, no puede obviarse. Se resalta, de un modo preciso, la indumentaria del virtuoso, impropia para un hombre de su posición, ya que estuvo más preocupado por engrosar sus arcas y recobrar el estatus social que su familia había perdido, que por cuidar su aspecto físico. Como contrapunto hallamos a su coetáneo, Rafael Sanzio, con ropas principescas que nos revelan en breves apariciones en escena la personalidad de este otro gran genio.

     

En el film hay un paralelismo entre los fuertes caracteres de los protagonistas y la enfermedad de ambos. El pintor caerá enfermo por el intenso trabajo y la desgana ante el proyecto (¡él era escultor!), lo que le lleva a plantearse la renuncia al trabajo. Paralelamente Bramante insta al Pontífice para que sea Rafael el que lo finalice, por lo que lo lleva a ver las Estancias en las que está terminando la Academia de Platón. El Papa alabará está gran obra de Sanzio pero no cejará en el empeño de que sea Buonarroti el que acabe la Sixtina. Conociéndolo ya, no podía forzar a Miguel Ángel, por lo cual la jugada es maestra. El Papa releva de sus obligaciones con la Capilla a Miguel Ángel, aduciendo que será Rafael el que la finalice. Esto provoca la ira de  nuestro protagonista que se levanta presto a reanudar SU obra. Esto ocurrirá de una forma semejante pero inversa, cuando Julio II vuelve maltrecho del campo de batalla en un enfrentamiento contra los franceses. La muerte de Julio II supondría el cese inminente de la decoración de la Sixtina. Miguel Ángel visita en el lecho de muerte al Papa, y le hace partícipe de la decisión que ha tomado de marcharse sin acabar el encargo, ya que el enemigo lo destruirá en cuanto tome Roma. Julio II le recrimina no terminar la obra y Miguel Ángel le replica que él está dejando inconclusa la suya.

Esto despierta la ira del sucesor de Pedro, que levanta de la cama, en una de las mejores escenas de la película, llamando buitres a todos los que a sus pies aguardaban su muerte.
Nos acercamos al final de la película con la inauguración de la Capilla, el 31 de octubre de 1512. Julio II dice misa según la tradición del rito antiguo, de espaldas y en latín. Acuden los más altos representantes de la Iglesia y de la aristocracia romana y alaban la magnificencia de tan gloriosa obra. Reed incluye en este momento una escena en la que Julio II le encarga otra pintura al escultor, El Juicio Final, si bien es cierto que la decoración de la pared del Altar Mayor no tendrá lugar hasta 1534 y no será un encargo de Julio II, sino del Papa Clemente VII (6).
Los últimos minutos del film se dedican a una reflexión de una espiritualidad sólo comparable a la producida por la observación de la majestuosa obra. El Papa enfermo sabe que pronto tendrá que postrarse ante el Padre, el mismo Padre que Miguel Ángel pintó tendiéndole la mano a la humanidad. Después de todo, nuestros protagonistas no son tan distintos, ambos han sido instrumento de Dios para realizar sus obras.

NOTAS

(1) Cfr. FORCELLINO A., Miguel Ángel, una vida inquieta, Alianza Editorial, Madrid, 2005, 25-26.
(2) Aunque ésta no se cita en el filme, nos parece interesante comentar la anécdota que el maestro tuvo con tan bella obra. Al finalizarla, Cosimo I le indicó al artista que, quizá, la nariz era demasiado grande, por lo que Buonarroti cogió un puñado de polvo de mármol, ascendió hasta la cabeza de la escultura, simuló unos toques de cincel, y dejó caer el polvo que había cogido previamente. Cosimo I manifestó su satisfacción con el mencionado “arreglo”.
(3) GOMBRICH E. H., Historia del Arte, Alianza Forma, Madrid, 1992, 232.
(4) FORCELLINO A., Op. Cit., 135.
(5) Cfr. FORCELLINO A., Op. Cit., 254.
(6) Por esta época el artista estaba terminando en Florencia las tumbas de los Médicis, accedería a la prerrogativa que le hacía el Papa porque ansiaba volver a Roma, dónde había conocido a un joven perteneciente a la mejor aristocracia romana que lo había trastornado con su belleza. Se trataba de Tommaso Cavalieri.

 

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ISSN 1988-8848