ELISABETH: LA EDAD DE ORO (S. Kapur, 2007)
UNA PELÍCULA ANTIESPAÑOLA

Elizabeth: The Golden Age (S. Kapur, 2007). An anti-Spanish movie

Dr. Manuel Quesada Martínez
Historiador
Granada

 

Resumen. Shekhar Kapur hace una exaltación de los años más gloriosos de la reina Isabel I de Inglaterra en su película Elisabeth: La Edad de Oro tal y como hicieron los maestros del arte contemporáneos de Su Majestad. Utiliza para ello, entre otros recursos, la contraposición de Isabel y Felipe II; a la vez que recurre a los tópicos más injustos que la propaganda inglesa creó sobre Felipe y España.
Palabras clave. Isabel I de Inglaterra, Felipe II, empresa de Inglaterra, María de Escocia, conjura de Babington, Gran Armada.

Abstract. Shekhar Kapur remarks the most glorious years of the Queen of England in his film: Elisabeth: The Golden Age, such as the great masters of her Magesty’s contemporary art did. For this purpose he uses the comparison between Elisabeth I and Fhilip II among othey resources as well as the most unfair topics that the English propaganda created about Philip and Spain.
Keywords. Elizabeth I; Philip II of Spain; Mary, Queen of Scots; Babington Plot; Spanish Armada.

 

El director Shekhar Kapur, en esta segunda entrega sobre la vida de Isabel I de Inglaterra titulada Elisabeth: La Edad de Oro (2007), quiere resaltar la figura de la reina hasta el extremo de que los guionistas William Nicholson y Michael Hirst cambiaron todo un conjunto de detalles y hechos para adecuarlos a su argumento, fabricando un auténtico libelo, una nueva versión de la leyenda negra desplegada en torno a Felipe II. Siempre hemos de tener presente que no podemos pedir a una película histórica que sea una obra de historia, pero sí hemos de esperar de ella que, aún permitiéndose licencias propias del Séptimo Arte, tenga rigor histórico, que sea ecuánime. Kapur y sus guionistas hacen de la realidad histórica una simplificación maniquea, casi infantil. La reina encarnará la tolerancia, la moralidad, la inteligencia, la belleza … la luz; en consecuencia, todo lo que transcurre en la corte inglesa está rodado de forma bella y con elegancia gracias a los movimientos de cámara, los alardes de grúas, figurantes, el decorado, despliegue de ropajes, pelucas, tocados, joyas de época y luminosidad que en nada recuerda la penumbra inglesa. Su antagonista, Felipe II, representa el fundamentalismo, fanatismo, inmoralidad, fealdad … la oscuridad; con este fin, las secuencias referidas a España no cuentan con tanto despliegue de medios cinematográficos. Las escenas de interior, pero también las exteriores, han sido rodadas con una luz paupérrima, impropia de nuestro país. Incluso la elección de los intérpretes tan poco agraciados para encarnar al embajador de España en la corte inglesa y del duque de Medina Sidonia va en consonancia con esta idea.

La cinta será mejor entendida si partimos de que la Monarquía Católica estaba en pleno apogeo de su poder en 1584. Felipe II poseía un imperio sobre el que no se ponía el Sol. A pesar de todo, Felipe tenía motivos para no desear un enfrentamiento con Inglaterra (sentimiento que probablemente compartía la soberana inglesa). Pero los acontecimientos de este año no facilitaron la aproximación, al contrario, terminaron abocando a ambos monarcas hacia el conflicto.
En enero de 1584, el embajador en Londres, don Bernardino de Mendoza, fue expulsado del país por colaborar en el complot de Thockmorton para asesinar a Isabel y colocar en el trono a María Estuardo. Guillermo de Orange y el duque de Anjou y Alençon fallecieron durante el verano. El óbito de ambos cambió el rumbo de la política internacional de manera que Isabel I se tuvo que comprometer en los asuntos de los Países Bajos, a la vez que Su Majestad Católica a intervenir en la política interior de Francia. Así pues, en diciembre de ese año se firmó el tratado de Joinville por el que los Guisa lucharían contra la causa protestante en Francia a cambio de una cuantiosa suma de dinero. La agitación interna hizo que Enrique III de Francia declinase la intervención en los Países Bajos. La Reina Virgen, alarmada por los éxitos de Farnesio en los Países Bajos y por los acontecimientos de Francia, se vio forzada a una intervención directa en Europa. Aunque no aceptó la soberanía sí que estuvo de acuerdo en prestar apoyo a los holandeses por el tratado de Nousuch, firmado el 20 de agosto de 1585, por el que se instalaron guarniciones en La Briel y Flesinga (los puertos más aptos para una invasión contra los ingleses). A finales del año, 7.000 hombres al mando del conde de Leicester cruzaron el Canal, poniendo trabas a las campañas de Farnesio, lo que prácticamente equivalía a una declaración de Guerra contra España.

Otro motivo que exasperó a Su Majestad Católica y lo lanzó contra Isabel fue el aumento de la presión marítima inglesa al otro lado del Atlántico. Las expediciones de Hawkins o Drake, aunque no eran un peligro para el monopolio comercial español o la integridad de los territorios americanos, sí que eran un desafío a la autoridad de Felipe II. Además, las actividades de los corsarios se convirtieron en un pingüe beneficio para la corona inglesa. En 1585, Isabel autorizó a Drake a tomar represalias por el embargo realizado sobre los barcos ingleses en la Península durante el verano. Drake entabló una guerra abierta contra España y sus posesiones: asaltó la ciudad de Vigo, saqueó durante un mes Santo Domingo y se apoderó e incendió Cartagena de Indias. Sin embargo, la expedición no constituyó un éxito extraordinario para Inglaterra.
La Película no hace referencia a ninguno de los hechos que terminamos de narrar, aunque introduce la piratería con un apuesto, simpático y seductor Walter Raleigh (Clive Owen), “conocido pirata que ha robado oro de barcos españoles sin provocación” en palabras del embajador de España en el film, en la escena en la que ofrece a la Reina Virgen presentes que el representante de nuestro país califica como “fruto de la piratería y cuyo propietario es el Rey de España”. Isabel (Cate Blanchet, ofrece un personaje fascinante, lleno de matices en cada simple gesto que deberían avergonzar a sus compañeros de reparto, escena o plano. Necesita gritar, indignarse, contener sus emociones, mandar, agradar … mostrar su dignidad) sólo aceptará la patata y el tabaco pero no el oro de la piratería aunque la historia demuestra que la realidad era muy distinta. Interesante resulta la narración de Raleigh a la reina de su viaje y descubrimiento por el Océano Atlántico, tras lo que Isabel dice: “¿Nosotros descubrimos el Nuevo Mundo o el Nuevo Mundo nos descubre a nosotros?”. Frase que parece más propia de un americanista revisionista que de una reina del siglo XVI.


               

Así pues, ciertamente, Inglaterra era en 1585, año en el que arranca Elizabeth:La Edad de Oro, el poder antagonista por excelencia de la monarquía hispana, dispuesta a interferir en los Países Bajos, en la Carrera de Indias, en Portugal y a colapsar el sistema defensivo, pero quizás no tanto por motivos religiosos, de tolerancia, cuanto por cuestiones políticas e intereses económicos. Shekhar Kapur  presenta  al espectador esta idea, en la versión inglesa, narrada por una voz en off e imágenes de vidrieras que representan soldados, sacerdotes católicos, una imagen de Jordi Mollá (Felipe II), torturas de la Inquisición y la imagen final de Blanchet (Isabel I).La versión española resulta todavía más dramática ya que la voz en off ha sido sustituida por títulos lapidarios tales como: “España es el imperio” o “Ha arrasado Europa”.
La “empresa de Inglaterra” no tenía, al principio, el objetivo de conquistar la isla cuanto poner freno a Isabel I. La secuencia en la que Jordi Mollá, como Felipe II, de negro (tal vez sea bueno conocer que la Majestad Católica y la nobleza española viste de negro no porque fuesen siniestros, sino porque el pigmento denominado ala de mosca con el que se conseguía el color de su ropa era el más caro de la época), rosario en mano, rezando, caminando de una manera ridícula (en esas fechas, los estragos de la gota hicieron que Felipe no pudiese atender los asuntos de estado durante temporadas por los fuertes dolores, permaneciendo en reposo. Ni los médicos reales, ni los cronistas, ni los embajadores en sus informes nos hablan de esos andares del Rey). Resulta poco documentada, pobre y poco creíble llegando, en algunos momentos, a ser bochornosa la construcción exterior e interior del personaje que hace Jordi Mollá. Tanto en su caracterización, el rey era rubio no moreno, como en sus gestos, en su manera de hablar y expresarse, o en sus movimientos. Especialmente patética puede resultar la escena en que Felipe II dice a su hija Isabel Clara Eugenia, (no una niña con su muñequita como nos muestra la película, sino ya una veinteañera a la que su padre ha preparado para el gobierno de una nación como demostró, más tarde, en los Países Bajos) mientras caminan por uno de los salones de El Escorial: “Dios me ha anunciado su voluntad, y el momento de nuestra gran empresa ha llegado. Inglaterra está esclavizada por el demonio y nosotros tenemos que liberarla”.
Una cosa es que Felipe, como ferviente católico, hubiese puesto su espada y su hacienda al servicio de Roma y otra, muy distinta, que considerase ser la persona a la que Dios le revelaba su voluntad y le daba a conocer sus designios. En la escena final de la secuencia, al llegar cerca del balcón se detiene perturbado por la luz que entra desde el exterior (recuso de Kapur para convencer al espectador de que es el señor de las tinieblas y por ello la luz del día le molesta) y deja que Isabel Clara Eugenia salga sola para ser aclamada por los gritos de una masa, una turba o populacho. Mientras que las muestras del pueblo inglés hacia su soberana son siempre comedidas, educadas, civilizadas, cercanas. El Escorial también sale mal parado en esta cinta. No se nos presenta como el edificio grandioso que es, remembranza del templo de Salomón, con una de las bibliotecas más impresionantes de Europa, construido con ricos materiales y decorado con creaciones de los mejores artistas de la época, llegando a ser considerado como una de las maravillas del mundo.
Pero sin duda, la secuencia más tétrica es en la que los españoles esquilman los bosques para construir la armada, repitiendo un falso mito de nuestra historia que responsabiliza a la Gran Armada de la deforestación del país, mientras Jordi Mollá dice: “Yo sacrifico los bosques de España para construir la mayor flota que jamás haya navegado. ¿Isabel, por qué quieres llevar a tu gente al infierno?”. Cabría preguntarse de dónde sacaban los ingleses la madera para sus barcos de guerra.

La relación de Felipe II con María de Escocia (Samantha Morton) también es utilizada por los guionistas para desvirtuar la imagen del primero. María nos es presentada como un mujer frívola a la que no importa conspirar contra su prima, mientras que Isabel (Blanchet), encarnación de la bondad, se desgarra por tenerla encerrada, se muestra descorazonada cuando tiene que firmar su sentencia de muerte ante la evidencia de las pruebas que se le presentan y, especialmente, cuando se produce la ejecución, manifestando signos de duda y arrepentimiento. No era para menos, terminaba de aniquilar a un miembro de su familia, a una reina ungida ante Dios como ella. No había sido compasiva. Había actuado como digna hija de su padre Enrique VIII que había llevado al patíbulo a sus esposas.
La reina escocesa se había refugiado en Inglaterra buscando la ayuda de Isabel para recuperar su trono, pero ésta la encerró ante la amenaza que significaba para ella puesto que para los que no reconocían el matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena María era la verdadera reina. Además, el que Isabel no contase con descendencia era otro motivo que daba vuelos a los católicos, de ahí la insistencia de sus consejeros en que se casase. Las palabras de Blanchet “¿Por qué todos me atormentan con María Estuardo? No es culpa suya ser heredera. Me preocupa su seguridad… Tengamos la sabiduría de no temer a las sombras de la noche y coraje cuando el verdadero peligro se avecine” así lo testifican.

La reina de los escoceses permaneció encerrada en distintos castillos ingleses durante dos décadas. Desde su encierro María Estuardo participó en la conjura de Babington. Bernardino de Mendoza desde París, en la primavera de 1586 fomentó un complot entre un grupo de católicos ingleses para asesinar a Isabel. Felipe II insistió en que se le mantuviese informado. Apoyó la conspiración al considerar que era un intento justificable de evitar más derramamientos de sangre. Al ser destapada la conjura y contar con las comprometedoras cartas manuscritas de María que demostraban su connivencia en la trama contra Isabel, fue juzgada, encontrada culpable de alta traición y condenada al patíbulo. Fue ejecutada el 18 de febrero de 1587.
Llegó con un rosario y una Biblia y ataviada con un vestido negro, al quitárselo dejó al descubierto un camisón rojo (color que simboliza el martirio para los católicos). Visualmente este es uno de los momentos más destacables de la película. Los planos con los que María Estuardo se arrodilla para luego ser ejecutada son realmente sublimes. El rostro de Samantha Morton cuando exclama “¡Yo os perdono de todo corazón!” conmueve al espectador.
Cuando, a mediados de abril de 1587, Felipe II recibió noticias de la ejecución lloró sin ningún disimulo y mandó que se cantase un réquiem solemne en El Escorial. No existe constancia histórica de que pronunciase las frases de Jordi Mollá: “Una dulce señora cristiana y martirizada por una impía sin hijos. Ahora la sangre pagará la sangre. ¡Isabel, bastarda! Llamo a las legiones de Cristo a la guerra. Virgen mojada de sangre. Ella pagará por su muerte su corona, su vida”. Felipe II es conocido en la historia por su prudencia y, desde luego, parece que este discurso no lo es. Y, desde luego, una cosa es que alentase la conjura y otra, muy distinta, que en sus intenciones estuviese el que fuera descubierta para que la ejecución de la reina propiciase la causa justa para declarar la guerra a Inglaterra, según nos quiere hacer creer Kapur.
La ejecución de María de Escocia y el asalto de Drake a Cádiz (esta acción será conocida en la historiografía inglesa como “singeing of the King of Spain’s beard”. A la que, por cierto, la película no hace ninguna referencia) no hicieron sino dar luz y acelerar la necesidad de invadir Inglaterra. Felipe nunca jamás hizo una guerra que no tuviera motivación fundada en el código internacional admitido en su época; tampoco ésta. La ruptura con Inglaterra se hizo muy contra su voluntad, y por motivos políticos más que religiosos. Los guionistas recogen la idea en el siguiente dialogo entre Sir Francis Walsinghan (Geoffrey Rush) e Isabel (Cate Blanchet), aunque centrados en la causa religiosa, no política o económica, del enfrentamiento utilizando los términos de guerra santa y castigo para hacer de Felipe, una vez más, la encarnación del fundamentalismo, el fanatismo y la intransigencia:
W: ¡Perdonadme, Majestad! ¡Os he defraudado!
I: ¿Cómo me has defraudado? ¿Qué debo perdonarte?
W: Felipe es un hombre de Dios que no declara la guerra sin causa justa. Intercepté todas las cartas que María Estuardo había enviado, pero no advertí que España sabía que yo las leía. Esperaron que escribiera las palabras que a mis ojos confirmaran su traición. ¡Perdonadme! He caído en mi propia trampa.
I: Yo ordené la ejecución, y, ahora, su hijo predilecto [de Dios] declara la guerra santa para castigarme.

El último de los tópicos antiespañoles al que nos queremos referir es el de la batalla de Inglaterra. Con escenas bien rodadas Kapur se ceba en la derrota de la flota de España aunque las fuentes y las más recientes investigaciones coinciden en menguar el desastre de la Gran Armada. De los 127 barcos que partieron de La Coruña con 28.000 hombres entre marineros y soldados se retiraron cuatro galeras (por ser poco aptas para navegar por el Atlántico) antes de entrar en aguas del Canal de La Mancha y una nao vizcaína que ancló en El Havre.
Durante la semana que duró la travesía del canal (30 de julio al 6 de agosto), se produjeron varias escaramuzas entre ambas escuadras sin graves daños para ninguna, y solamente dos naos de España se perdieron por sendos accidentes. Los brulotes ingleses provocaron un desbarajuste en el fondeadero de Calais que tuvo como consecuencia la pérdida de una galeaza que encalló. El 8 de agosto, a la altura de Gravelinas, se produjo lo más parecido a una batalla naval. Los ingleses atacaron con todas sus fuerzas, mientras parte de los barcos de España eran empujados por los vientos hacia los bancos de arena de la costa de Flandes. En la película, los planos del enfrentamiento naval, desde el punto de vista visual, tienen momentos destacables. Tal es el caso de la casi onírica imagen del caballo blanco jerezano que salta desde cubierta para buscar refugio en el mar dejándonos impresionados por el lirismo que ofrece en un instante tan oscuro.

La maniobra de Medina Sidonia le permitió enfrentarse al enemigo con menos de cincuenta barcos, hasta que la dirección del viento permitió a los barcos españoles zafarse de los arenales y rehacer la formación. Tras un cañoneo de varias horas solamente se hundió una nao y dos galeones quedaron varados en los bancos de arena. Los vientos empujaron a los 116 que quedaban a internarse en el Mar del Norte, mientras los ingleses, aunque les siguieron durante tres días no se atrevieron a atacarlos por miedo al formidable potencial de España. Fue al volver a España bordeando las intrincadas costas de Escocia e Irlanda cuando se perdieron otros veintiocho barcos por causa de las terribles tempestades. Naufragios que recordarán los supervivientes como un auténtico descenso a los infiernos. Las pérdidas finales ascendieron a treinta y cinco barcos en su mayoría urcas flamencas o alemanas y naos mediterráneas.
El proyecto fracasó porque no se pudo reunir el ejército de Alejandro Farnesio con la Gran Armada. Lanzar los barcos cargados de soldados a cruzar el Canal de La Mancha sin la protección necesaria habría empeorado los resultados de la empresa de Inglaterra, aumentando las pérdidas ocasionadas con la aniquilación del más cualificado ejército de Europa. Que duda cabe que, el fracaso de la empresa de Inglaterra, fue un alivio para este país, aprovechado por la implacable propaganda protestante para respaldar su causa. Pero, así mismo, permitió demostrar que Su Majestad Católica podía levantar una gran fuerza naval en el Norte de Europa. De todos modos, este episodio no significó la destrucción del poder naval de nuestro país en aguas del Atlántico y contribuyó a que el Rey Prudente tomara conciencia de lo necesario que era instalar una fuerza naval en el océano cuyo primer paso fue la construcción de los “Doce Apóstoles”, unos galeones de 1.000 toneladas, para reemplazar las pérdidas de 1588.

Para finalizar, decir que Felipe II como el resto de sus coetáneos se vio inevitablemente influido por el ambiente de intolerancia de la Europa del momento pero no fue un fanático tal y como nos lo quiere mostrar Kapur. Claro que no nos debe resultar extraño puesto que todavía, en pleno siglo XXI, se sigue dando una gran importancia al estudio de estos hechos en los centros educativos ingleses y, lo que es más chocante, desde una perspectiva similar a la que muestran el director y los guionistas del film.
 Los indicios de una predisposición ajena a la intolerancia y al racismo por parte de Felipe II son frecuentes, por ejemplo: apadrinó a un rabino, bautizado con gran pompa en El Escorial, aceptó los servicios de moriscos, mantuvo relaciones cordiales con personas como Arias Montano, fray Luis de León, Antonio Pérez… Y, desde luego, Felipe II fue un gran estadista y está entre los reyes más cultos del momento y de la historia de España. Sin llegar a ser un intelectual o erudito sí que tuvo una curiosidad universal y espíritu de mecenazgo, iniciativas a las que debemos un legado bibliográfico, artístico y museístico impresionantes. Tuvo el concepto de una España compuesta de grandes unidades con personalidad propia, respetó los fueros y privilegios (juró los de Aragón después de las alteraciones que le ofrecían una buena excusa para abolirlos) de los antiguos reinos e incluso la personalidad de Portugal. El amor a la justicia, el respeto a los derechos fue uno de los imperativos de su gobierno, lo mismo en el plano institucional que en el personal.

 

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ISSN 1988-8848