LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (V. Fleming, 1939)
TRAS EL PASO DEL TIEMPO
(APUNTES SOBRE LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ)

Gone with the Wind (V. Fleming, 1939). Time and again
(Notes on Gone with the Wind)

Lcdo. Javier Íbias Martín
Psicólogo
Madrid

 

Resumen. A partir del recuerdo de la película Lo que el viento se llevó se recorre el desarrollo de algunas características de las películas denominadas grandes producciones, en las que una serie de ingredientes promediados desde todos sus extremos ecualizan un tipo de producto cinematográfico que acaba convirtiéndose en robusta fuente de beneficio. Se establece discusión sobre dos de las diferentes funciones del cine como son el entretenimiento y la coerción social, ya que ambas suelen conjugarse en estas grandes producciones. En conjunto se intenta reflexionar sobre la subjetividad que se encuentra en la apreciación del cine, el séptimo de nuestras artes.
Palabras clave. Gran producción, cine, inversión, entretenimiento, subjetividad.

Abstract. Revisiting Gone with the wind, some specific aspects of the so called colossal undertakings are analyzed. Composed by many different ingredients, these movies were an unbeatable source of benefit. Analysis touches two of the main cinema functions - entertainment and opinion making - because both are usually present and associated in these big productions. The main aim is to reflect upon cinematic subjectivity.
Keywords. Colossal undertaking, cinema, budget, entertainment, subjectivity.

 

Algo característico del arte es la subjetividad con la que puede ser observado. Ante la misma obra encontramos diversos puntos de vista que la atraviesan, refractando el total de su extensión. De este modo, resulta totalmente lícito encontrar en Las Meninas de Velázquez un cuadro feísimo o en las cuevas de Altamira un vulgar sótano.
Por otra parte, no habla muy bien de la condición humana el denominar al cine el séptimo arte después de tanto tiempo como lleva el hombre pisando la tierra. El no poseer un octavo arte o incluso un arte número 100 describe con claridad una limitación endémica del ser humano para expresar lo que le rodea. Esta crítica no trata de relegar el cine a ningún lugar recóndito, sino tan sólo cuestionar si, como mínimo, tras él han aparecido al menos dos artes más. En la publicidad, por ejemplo, se puede encontrar la semilla del arte, y se pueden establecer varias relaciones entre el cine y la publicidad. Las primeras filmaciones publicitarias se visualizaban antaño en el cine de forma casi exclusiva. Hoy en día es en los templos de la publicidad, que son los centros comerciales, donde de forma casi exclusiva se puede acudir al cine con una mínima garantía de no quedar embotellados en una gran ciudad mientras pasa el metraje de la película que no llegamos a tiempo de ver. En cierta medida, ¿se podría decir que cine y publicidad han invertido sus papeles? Antiguamente íbamos al cine y veíamos allí la publicidad. En la actualidad vamos a la publicidad y, de paso, vemos algo de cine. El cine, en sí mismo, también responde a un movimiento publicitario: nos ofrece algo que necesitamos, motivo por el cual acudimos allí. Como mínimo nos ayuda a tomar un corto periodo vacacional de nosotros mismos, pues en el cine huimos circunstancialmente de nuestro quehacer cotidiano para volver en el momento que ha terminado la película (a no ser que engrosemos las filas de los fans de la filmografía de ciencia ficción relacionada, por ejemplo, con Star Trek, para quienes la película nunca termina).
Desde la aparición del cine animado, la posterior introducción del sonido acompañando a la imagen y, más tarde, el color en los fotogramas, el cine ha cambiado mucho. Incluso se ha intentado crear mediante ilusión visual una inexistente tercera dimensión que, hasta hoy hay que ver con gafas especiales. En todas estas etapas del desarrollo del cine un buen número de obras cinematográficas ha quedado para nuestro disfrute. Al igual que el resto de las obras de arte, las distintas películas han ejercido un impacto diferencial, quedando algunas en el más absoluto olvido tras su lanzamiento y convirtiéndose otras en titanes de referencia de este séptimo arte. ¿Queda algo por decir sobre un gran relato de 70 años de edad? Para este aniversario de la película Lo que el viento se llevó (del inglés Gone with de wind, o “Se fue con el viento”) se necesitaría de forma protocolaria, pues no podría ser de otro modo, reunir algunos datos de la película que permitiesen compararla con aquellas con que convivió de cerca, sus coetáneas. Se podría comparar, por ejemplo, con las que compitió para obtener “estatuillas” Óscar a la mejor película en el año 1939. Aquel mismo año  “El mago de Oz” también estuvo nominada como mejor película, y también estaba dirigida por Víctor Fleming. Hemos encontrado enseguida un dato curioso para llamar la atención sobre Lo que el viento se llevó, ya que fueron cuatro los directores que rodaron el total del metraje de esta película. Si bien es cierto que Víctor Fleming terminó el film, además de rodar la mayor parte del metraje, intervinieron también George Cukor, Sam Wood y William Cameron Menzies, quien obtuvo otro Óscar honorífica por el diseño de producción de esta misma película. Otro de los Óscar otorgados por la academia fue concedido, en este caso, a la productora de David O. Selznick.


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Uno de los meritos de películas como Lo que el viento se llevó, aparte de resaltar en la filmografía de su época, ha sido su capacidad para sobrevivir en nuestro recuerdo y esto, en parte, explica también su éxito. Creada, como el resto de las películas, para permitirnos recrear la vida ajena ha servido a su función durante muchos años, al igual que la imperecedera Casablanca de 1942, con sólo tres Óscar, o a su lado la moderna Ben-Hur de 1959 que consiguió hasta 11 estatuillas. Lo que el viento se llevó consiguió finalmente un total de 8 estatuillas, más el premio especial concedido a Menzies.
La enorme capacidad para sobrevivir al paso del tiempo que presentan algunas películas podría conducirnos a mirar de forma sesgada si giramos la vista hacia el cine actual. Que en la actualidad las películas tengan, por lo general, una vida mucho más corta podría responder a una sencilla ley: antes, se hacían menos películas, pero equipadas para resultar más duraderas; ahora, se consumen muchas películas, lo que conduce a una vida más corta para todas ellas. A partir de aquí resultaría más que atractivo atribuir a las películas duraderas cualidades dependientes de esta longevidad: cuanto más perdure, mejor película será. En la actualidad, en dirección opuesta, la extensión de la producción cinematográfica va amontonando unas películas que caen enseguida encima de otras, que quedan a su vez sepultadas en un montón del que solo se alcanza a ver una superficie bajo la cual no queda ni pena ni gloria. El engaño viene tras afirmar que, si una película perdura en el tiempo, es buena, y consiste en extender más allá el condicional, decidiendo a su vez que la película no es buena si no perdura a lo largo del tiempo. La lógica contempla este error como una falacia ya que, al afirmar lo primero, no se está comprobando que sea falso lo segundo. En otras palabras, no se puede eludir que la corta vida de las películas actuales responde a un fin premeditado que permite al espectador, en última instancia, consumir más y más películas. Es posible que el cine actual esté diseñado de este modo para acomodarse al espectador en potencia. El público en la actualidad, en lugar de buscar la fascinación con algo a lo que apegarse y fijarse por siempre, reclama el cambio constante de roles, valores, paisajes e incluso planetas y civilizaciones, es decir, conservar recuerdos pero menos duraderos, cosa que el cine actual permite. Si fuese así, el cine en lugar de deteriorarse, como afirman los nostálgicos del séptimo arte, se habría adaptado como un guante a la mano que lo gobierna, las grandes productoras. Y ya que se trata de un producto comercial destinado a la recaudación de dinero, esto no sería de extrañar.
Volviendo a cómo rememorar la huella de una gran película de cine, podríamos decidirnos a estudiar el hacer del director y también de los actores y actrices que aparecen en ella. Sus impresionantes carreras cinematográficas, denominadas, por este motivo, estelares, suelen ayudar a retraerse al ambiente de la película. En todo caso, tratándose de  Lo que el viento se llevó, con pocas categorías basta para poder urdir una treta desde la cual sumergirse en este coloso del cine. Empecemos por el director, lo cual podría resultar un tanto complicado, pues, como se ha mencionado, tuvo cuatro. Esto, en un primer momento, debería hacernos sospechar, o al menos preguntarnos, ¿y cómo es esto? Basta de nuevo con pronunciar las palabras “gran producción” para dar respuesta a la pregunta anterior. Ésta es de nuevo David O. Selznick. Se consigue una muy buena vista al observar esta película desde el ángulo “gran producción”. Una inversión creada para recuperarse con creces, y esto, garantizado mediante diferentes estrategias relacionadas. Es ampliamente conocido el ambiente comercial que rodeó a Lo que el viento se llevó, empezando por su prolongado rodaje y el interminable casting para otorgar el papel de Escarlata O’Hara, que resultó ser para la desconocida, hasta entonces, Vivien Leigh. Se puede también recordar la impresionante escena de la película en la que arde Atlanta, para la que se usó la gran puerta que impidió varios años antes a King Kong acabar con la tribu que tras ella vivía. A la zaga, existió toda una serie de rumorología sobre la película, compuesta por dimes y diretes de esos que intrigan a la gente, como el despido de George Kukor debido a su condición homosexual o los idilios entre los protagonistas fuera de la pantalla. A fin de cuentas, se trataba de las asuntos que, ajenos al cine, hacían acudir a parte de su público al reclamo de estas estrategias. Que hoy en día se continúen utilizando estrategias similares para dotar de éxito a las películas, y también que otras de estas estrategias hayan evolucionado, hace sospechar que todo estuviese urdido, como se ha dicho, con la tela de aquellos años. Poltergeist producida por Steven Spielberg en 1982, utilizando este método, se consideró una película maldita porque fallecían a diestro y siniestro los participantes en el rodaje, esto contribuyó por supuesto a su difusión. Tal como se hizo en  Lo que el viento se llevó, se manipuló de forma ventajosa el morbo de la época. Un buen ejemplo, incluso más fácil de ver, fue la estrategia que tomó un joven Orson Welles de 23 años de edad, cuando en 1938 emitió por radio una adaptación de la novela “La guerra de los mundos” de H.G. Wells aterrando por radio a los Estados Unidos al informar sobre una invasión alienígena y “olvidando” decir de qué se trataba en realidad.


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De toda esta gama de accesorios fue de lo que dispuso Lo que el viento se llevó para sostener su promoción y distribución. Una serie de garantes de éxito que contribuyeron firmemente a consolidar un producto que tras 70 años no ha sido llevado en absoluto por el viento. De nuevo, un vistazo a las grandes producciones que encontramos en la actualidad nos hace echar a temblar. Hoy en día en las películas poco se lleva el viento, la mayoría de las cosas, incluyendo nuestro planeta, revientan en mil pedazos a la primera de cambio y en la mejor de las ocasiones. Eso sí, por extensión, si se habla desde el interior de la taquilla de cine, se puede decir que al público esto le encanta. Desde un lugar como este, el interior de la taquilla de cine, donde se observa quién compra las entradas para ver nuestra película, podríamos preguntar igualmente sobre Lo que el viento se llevó ¿Quién fue a ver esta película? Les pregunto a ustedes si estarían de acuerdo en afirmar que Lo que el viento se llevó fue una película estratégicamente diseñada para que aquellos maridos llevasen a sus mujeres al cine. Con qué finalidad, si no, se dio vida a una heroína que arrastrase por toda una guerra tales miriñaques, teniendo en cuenta que, a priori, el éxito de las películas bélicas se definía entonces por otra serie de componentes. En El puente sobre el río Kwai de 1957 o La batalla de Midway de 1976, por poner algún ejemplo, no abundan los personajes femeninos. Quizá, si en lugar de recrear a los que allí estuvieron se hubiesen puesto capitanas de navío, y portaviones, con vaporosos vestidos, en esta última cinta se hubiese alcanzado un mayor éxito. ¿Usted también lo duda? Volver la vista a Estados Unidos en 1939 indicando que las mujeres ejercían su derecho al voto tan sólo desde 1920, es un buen motivo para pensar que Lo que el viento se llevó fue una película para que los maridos llevasen a sus mujeres al cine. Pero no todas las mujeres requerían de un marido que las llevara al cine, ya entonces había prototipos de mujer más avanzada, por ejemplo, Katharine Hepburn. Pero aquí toparíamos con que, ella misma, tras intentarlo se quedó sin protagonizar esta película.
Abordando la misma idea desde otra perspectiva, ¿Qué nos enseña a hacer Lo que el viento se llevó? De forma irremediable, el primer término de esta lista ha de ser, “poner a Dios por testigo” del final de nuestras adversidades aunque tengamos que estafar, ser ladronas o asesinar, como reza en la película. Otra posible enseñanza gravitaría sobre lo inútil que puede llegar a resultar “el honor” como causa a la que se aferra el hombre, o cómo conservar el honor convierte al hombre en un necio. Según avanza la película, observamos cómo son las ideas sobredimensionadas de los sureños sobre el honor las que les hacen caer arrodillados más adelante. Y esto, sin hacer ninguna referencia al inevitable efecto que el avance de los tiempos hubiese tenido sobre una mentalidad desfasada. A fin de cuentas, el responsable fue en último caso “el honor”. En esta guerra arrogante, guerra masculina, una bella mujer es capaz de sacarle partido a todos sus encantos en pos de una causa honorable como lo es hacerse cargo de los suyos, todo un modelo a seguir.
Otro tema, aunque no principal en la película, es la abolición de la esclavitud en el sur de Estados Unidos con la que concluyó la guerra de secesión. Esto, sin embargo, aparece muy suavizado. Vemos sólo esclavos resignados por el tiempo, extremando un tanto la imagen de que, por supuesto, pertenecen al pasado. No sólo los sureños tenían una mentalidad desfasada, también les sucedía esto a sus esclavos. Representar que la esclavitud, al estar abolida, deja de existir, como se muestra en ésta y otras películas, corresponde con lo que suele denominarse una idea naive (inocente). Este tipo de ideas esquemáticas abundan en las grandes producciones. Estas películas han de saber nadar y guardar la ropa, por tanto, comprometerse en un asunto determinado más de la cuenta restará al final un margen de beneficios en la recaudación. En este caso, el cine ha heredado la estrategia desde un nivel coercitivo superior, recordándonos a menudo a qué fin sirve realmente. Como medio, resulta idóneo para el adiestramiento, el control y la manipulación del comportamiento. Por fortuna para nosotros, el cine puede llevarnos en busca de Irma la dulce cuando Pretty Woman se nos quede pequeña. Y si no queremos, no nos va a convencer de que la prostitución regulada se ve exenta de mafia corrupta que la gobierne, o cualquier otra rueda de molino. Pero al fin y al cabo en Lo que el viento se llevó el tema de la esclavitud no es principal en el argumento. Efectivamente, los tiempos han cambiado. Hoy se sienta en la casa blanca de los Estados Unidos un hombre negro. Lo que el viento se llevó, por su parte, trajo la primera estatuilla Óscar a las manos de una mujer negra, lo que también supuso un avance. El premio fue para Hattie McDaniel, quién interpretaba al ama, esclava a decir verdad, de Escarlata O’Hara.


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Con estos tres ejemplos, no se pretende otra cosa que dirigir la vista hacia el papel educacional que desempeña el cine. El cine dirige nuestros anhelos hacia paisajes únicos, en los que hay que respetar, eso sí, determinadas normas. Esto es algo que está muy a la vista en las grandes producciones, como es el caso que nos ocupa. El negocio más rentable ha de abarcar la mayor cantidad de público si quiere resultar eficaz, lo que implica que ha de esquematizarse lo más posible. Un marco como éste resulta incomparable para la coerción social, motivo por el cual las grandes producciones suelen contener mensajes que ayudan al espectador a delimitar el bien del mal, lo injusto de la justicia, y todo ello catalizado además por algo muy básico que nos sucede a los seres humanos: el mejor momento para convencernos de algo es cuando no estamos prestando atención, cosa que sucede cuando huimos a evadirnos al cine. Vamos, que le puede suceder al más común de los mortales. De buscarla ¿Se podría encontrar alguna alternativa viable a este tipo de cine de propaganda? Al margen de las grandes producciones poco nos queda si no es el cine de autor o el cine independiente.
Las películas de autor, sean grandes o pequeñas producciones, nos adiestran de forma monográfica, convirtiéndonos  en enfervorecidos fans de una visión de la vida, ¿quién es capaz de no sucumbir a Hitchcock, por poner solo un ejemplo? Este tipo de relación por otra parte es tan honesta como la que encuentra alguien que disfruta viendo La Gioconda de Leonardo da Vinci, un cuadro que “gusta” mucho a la gente.
El cine independiente, en lugar de resultar una alternativa, a veces tampoco parece aportar nada nuevo al arte, en lugar de introducir nuevos elementos redunda en los existentes. Así, en ocasiones, lo que finalmente nos refleja es La Gioconda de Leonardo  ataviada de un modo más moderno o con un porro en la mano, por no entrar en detalles mayores.
Podemos encontrar un tercer tipo de cine, heredero y mezcla de todos los demás, que genera películas a gran velocidad intentando reunir la capacidad de supervivencia de un gran título sin prescindir del carácter efímero que define a la corriente cinematográfica actual. Tenemos lo que se conoce como las sagas. Con ellas se ha intentado encontrar el modo de sostener el avance del tiempo en un título cinematográfico, cosa que por otra parte han hecho por si solas películas del calibre de la que nos ocupa. Estas sagas nos dan una extendida recua criaturas que permiten extraer de una vez varias películas del montón reinante. Podemos asistir al cine a ver Viernes 13 14 , por ejemplo, y al más despistado de los espectadores impedirle ver “Apolo XIII” por no haber visto las doce entregas anteriores.
A pesar de este panorama, en el cine encontramos joyas de todas las edades, tanto por definición, como por quien se gusta de llevarlas puestas y Lo que el viento se llevó es una de ellas. Esto último nos devuelve al punto de partida donde se apelaba a la subjetividad que reside en el arte, una intimidad que nos permite aferrarnos a algo fijo que moldeamos a la carta desde nuestro propio antojo. De tener que seleccionar una escena que defina lo que sucede en Lo que el viento se llevó se podría abrir la mirilla en uno de los últimos momentos de la película. Tras la muerte de Melanie Hamilton (Olivia de Havilland), cuando nuestra protagonista Escarlata O’Hara consolando al lacónico Ashley Wilkes (Leslie Howard) cae en la cuenta de algo de vital importancia para ella, como ella misma dice: “he estado queriendo algo que nunca he tenido… pero no me importa”. Corre entonces en busca del maltrecho Rhett Butler (Clark Gable), pero ya es demasiado tarde.
Al igual que Escarlata O’Hara muere y renace en esta historia, nosotros, como consumidores de cine podemos matarlo y hacerlo renacer de nuevo tras cada película. Nos podemos permitir disfrutar de una gran producción como Lo que el viento se llevó  y esto no nos impide, más tarde, sumergirnos por completo en Repulsión de Polanski de 1965 o en la torturada Isabelle Hupert de La Pianista de Michael Haneke de 2001. Algo creado para encadenarnos como es el cine nos otorga al mismo tiempo una libertad imposible de encontrar en otro lugar. ¿Qué hacer entonces?

 

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ISSN 1988-8848