ERSIE PITTA

Actriz, bailarina y coreógrafa

 

Entrevista de Alejandro Valverde García

Recibido el 17 de Septiembre de 2015
Aceptado el 2 de Octubre de 2015


Su nombre en griego antiguo significa “rocío de la mañana” y tiene origen mitológico, puesto que Herse fue una de las tres hijas de Cécrope, rey de Atenas. El azar quiso que la conociéramos casualmente a raíz de nuestras investigaciones sobre la filmografía del director greco-chipriota Michael Cacoyannis. Conocíamos su nombre y su inconfundible rostro, inmortalizado en aquella Electra filmada el año 1962 en la que daba vida a la protagonista en los primeros minutos del largometraje. Siguiendo las adaptaciones cinematográficas de las tragedias de Eurípides, volvimos a localizarla fácilmente entre el coro de Las troyanas de 1971. Sin embargo nada sabíamos de su biografía, de su relación con Cacoyannis ni de la brillante carrera internacional que posteriormente realizaría en el mundo de la danza. Actualmente trabaja como profesora de Coreografía en la Escuela de Arte Dramático del Teatro Nacional Griego y continúa en la brecha dirigiendo espléndidas representaciones no sólo en Atenas sino en distintos puntos de Europa, especializada en adaptaciones de las antiguas tragedias griegas. Cuando nos pusimos en contacto con ella, tuvo la gentileza de contestar a todas las preguntas que le deseábamos formular. Tenía un grato recuerdo de España sobre todo por su estancia en Guadalajara durante la filmación de Las troyanas. Sus gentes, sus costumbres y su cocina permanecían imborrables en su memoria y hasta se atrevía a chapurrear algunas frases en español.   

Nacida en la cosmopolita ciudad de Alejandría a comienzos de los años cincuenta, Ersie Pitta conoció el cine a una edad muy temprana. Sin embargo decidió estudiar Coreografía e Historia del Arte en París, ampliando su formación con cursos de Estética en la Universidad de la Sorbona y de Coreografía en Nueva York. Alumna de Jerome Andrews, Susan Buirge, José Limón y Alwin Nicolais, dedicará el resto de su vida al ballet clásico y moderno en papeles protagonistas, dirigiendo de igual forma coreografías sobre adaptaciones de Shakespeare, Brecht y los clásicos griegos (Esquilo, Eurípides, Aristófanes) y sin olvidar nunca el aspecto docente. Por todos estos méritos recibió el año 2002 el prestigioso Premio Kula Prátsika y actualmente dirige un seminario de interpretación centrado en la coreografía del antiguo drama ático que cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura de Francia. Casada con el político Theodoros Stathis, también ha colaborado con él en distintos eventos culturales a lo largo de la geografía helénica y es miembro fundador del Centro Europeo de Coreografía con sede en Pont a Mousson.

-Así que su origen es egipcio. ¿Qué recuerda de su infancia en Alejandría?

Bueno, mi nacionalidad es helénica, aunque es cierto que nací en Alejandría, que por aquellos años era un centro cosmopolita de una belleza exótica en el que confluían distintas culturas y formas artísticas. Todavía me parece respirar esos aromas inconfundibles y disfrutar con aquellos colores tan característicos. Tanto mi padre como mi madre, de origen griego, habían nacido allí. En concreto, la familia de mi padre había emigrado a Egipto y a la isla de Chipre desde Quíos a comienzos del s. XIX, mientras que mi abuelo materno, un diplomático británico, procedía de Esmirna. En mis años de infancia recibí una buena formación académica, bajo la férrea disciplina que exigían los códigos de educación alejandrinos. No se me olvida, por ejemplo, la lectura de la Anábasis de Jenofonte, que era la base para el estudio de la lengua griega. Por otro lado en nuestra casa la buena música siempre estuvo presente de una forma muy especial, ya que mi madre, Mary Adams, era pianista profesional.

-¿Y cómo nace su vocación a la interpretación? ¿Cómo fue que Michael Cacoyannis tomó la decisión de que usted fuese la Electra niña que vemos en el prólogo mudo de su película?

Pues resulta que Michael era primo de una tía-abuela mía por parte de mi familia paterna, de aquellos que habían emigrado a Chipre. Yo ni le conocía personalmente, pero un buen día mi prima Emilia Pitta, que era actriz en la compañía teatral de Karolos Koun, lo trajo a casa y ese fue nuestro primer contacto. Por aquel entonces ya era un director cinematográfico de prestigio y sus películas se conocían en todo el mundo. Ahora estaba trabajando en una adaptación de la tragedia de Eurípides y se había entrevistado con Irene Papas para ofrecerle el papel protagonista pero necesitaba a una niña que interpretase a Electra de pequeña, en la secuencia en la que se ve al rey Agamenón llegando a su palacio de Micenas después de la guerra de Troya. Ahí lo reciben con cariño el pueblo y sus dos hijos, mientras que su esposa Clitemnestra y los nobles muestran una gran frialdad.

Nunca olvidaré esa prueba espontánea en el comedor de mi casa. Michael cenaba en el otro extremo de nuestra larga mesa y, de repente, me dice: “Mírame. Yo soy tu padre, Agamenón, al que llevas diez años sin ver. Ven hacia mí”. Yo entonces, no sé muy bien por qué, rompí a llorar emocionada entre sus brazos. El papel ya era mío.

-¿Cómo recuerda la filmación de Electra en la antigua ciudadela de Micenas?

Durante el tiempo del rodaje en Grecia me acompañó mi madre. No había por allí entonces ningún hotel, solamente algunas casas rurales y para calentarnos tan sólo contábamos con una pobre chimenea y unas mantas. Recuerdo que el tiempo estaba nublado y que teníamos que esperar durante interminables horas a la intemperie hasta que hubiera una iluminación adecuada para la filmación. Sin embargo, pese a todos los contratiempos, a mí todo aquello me resultaba mágico. Cacoyannis tenía el poder de llevarte hasta lugares recónditos dentro de ti y de hacerte experimentar emociones desconocidas hasta entonces. Era fantástico: como si fuera un chamán, podía comunicarte vibraciones que te liberaban de prejuicios y de limitaciones.

-Y tras el éxito internacional de la película ¿hubo más ofertas de trabajo en el cine?

Después de ser premiada en el Festival Internacional de Cine de Cannes del año 1962 y de encontrarse entre las películas nominadas al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, a Electra le siguió una nueva propuesta de interpretación de un papel protagonista en una producción belga pero creí más prudente declinarla porque yo desde niña había sentido una clara vocación hacia la danza y no quise interrumpir mi formación por culpa del cine. Sin embargo, años más tarde, cuando ya formaba parte de la Compañía de Danza Moderna de Jerome Andrews en París, Michael Cacoyannis volvió a llamarme para ofrecerme un nuevo papel en otra de sus versiones trágicas y así es como en el otoño de 1970 me trasladé a España para ocuparme del coro de Las troyanas. Permanecí en Sigüenza, en la provincia de Guadalajara, los tres meses que duró el rodaje de la película, para el que nos trasladábamos diariamente hasta la fortaleza de Atienza.

-¿Qué recuerdos conserva de su participación en esta nueva película de Cacoyannis?

Las troyanas era una producción bastante ambiciosa, con una proyección internacional, y contaba con muchos más medios que Electra. De hecho Michael tenía a su servicio a muchos asistentes de dirección y había logrado que Katharine Hepburn, Vanessa Redgrave, Geneviève Bujold e Irene Papas aceptasen los roles protagonistas. Dedicó mucho tiempo a la dirección de sus actrices y eso se nota en el resultado final del film. Sin embargo, las condiciones climáticas de Atienza hicieron bastante penoso nuestro trabajo: a finales del verano pasábamos horas inacabables bajo un sol de justicia que quemaba nuestra piel, pero mucho peor resultó el tiempo de noviembre, con un aire frío que cortaba como un cuchillo. Recuerdo especialmente las duras filmaciones durante la noche. Las actrices que componían el coro, algunas procedentes de la Real Academia Británica y otras del Teatro Nacional de Madrid, no podían soportarlo. ¡Realmente sufrimos como esclavas troyanas! Katharine Hepburn, por ejemplo, al final del rodaje estaba físicamente extenuada, al borde del colapso, diría yo. Pero para mí fue otra experiencia extraordinaria.


Ersie Pitta (la tercera troyana, empezando por la izquierda) contempla la tierna despedida entre
la reina Hécuba (Katharine Hepburn) y su nieto Astianacte (Jorge Sanz) en una secuencia de Las troyanas.

-¿Y qué es lo que destacaría de la dirección de Cacoyannis en esta película?

A mí me impresionaba ver de cerca cómo Michael se involucraba cada día en la interpretación de los personajes principales de la tragedia. Era capaz de extraer de cada actor una expresión dramática vigorosa que parecía brotar de forma natural, casi espontánea. Cacoyannis fue, sin lugar a dudas, un grandísimo artista y también un activista que jamás se calló ante las injusticias y la barbarie de las guerras. Recuerdo que la última vez que lo vi fue unos dos meses antes de fallecer y me llamó la atención la gran paz que transmitía. Trataba a todo el mundo con dulzura y no había perdido ni un ápice de su gran sentido del humor. En ese momento yo dirigía la coreografía de una representación de ballet sobre Beckett en el Centro cultural que él mismo había fundado en Atenas y, aunque no pudo asistir al estreno, no dejó pasar la ocasión sin debatir conmigo algunos aspectos de mi trabajo. Sé que siempre valoró mucho mi carrera y, de hecho, no dejaba de darme ánimos, y yo, por mi parte, creo sinceramente que también aprendí mucho de él, de su concepción del arte, de la forma de dirigir los movimientos de los actores y de su amor por la antigua tragedia griega. ¡Lo echo tanto de menos!...

-Curiosamente, en la tercera y última adaptación fílmica sobre una tragedia griega rodada por Cacoyannis ya en suelo griego, Ifigenia, usted no reaparece. Pensábamos que, igual que ocurría con Irene Papas o con la música de Theodorakis, Ersie Pitta debía colaborar de alguna manera…

Sí, hubiera sido una buena ocasión para el reencuentro, pero la verdad es que en esos momentos mis planes eran muy distintos. De hecho, tan sólo volví a ponerme delante de las cámaras en dos películas más dirigidas por Chirstóforos Christoú, Periplánisi (1979) y Roza (1982), pero fueron casos muy aislados. Me he entregado en cuerpo y alma a mis hijos, a mi familia y a mi carrera como bailarina y coreógrafa, pero jamás olvidaré mis experiencias cinematográficas, de las que tanto he aprendido. Además, al antiguo drama ático, en sus diferentes manifestaciones, debo la mayor parte de mis éxitos profesionales. A lo largo de estos años he diseñado los bailes de casi todas las comedias de Aristófanes (Tesmoforias, Asambleístas, Aves, Nubes, Paz, Caballeros), así como de las más importantes tragedias de Esquilo (Prometeo encadenado, Siete contra Tebas) o de Eurípides (Medea, Bacantes, Helena, Orestes, Hécuba). Esa pequeña Electra que los espectadores vieron por primera vez, avanzando con cierta timidez delante de las cámaras, se hizo mayor y decidió transformarse en una Electra madura, que, con firme paso, hizo del lenguaje corporal un medio válido para transmitir la inmensa riqueza de nuestros textos clásicos.

Atenas, 15/08/2015

 

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ISSN 1988-8848