300 (Z. Snyder, 2007)

UN MITO EN EL PAÍS DE LOS 300 MITOS

Lcdo. Antonio Aguilera Vita

Escritor
Madrid

 

Cada pueblo tiene sus propios mitos. Cada pueblo, a lo largo de esa sucesión de acontecimientos que pretendemos desentrañar y que llamamos Historia, reinterpreta a su vez los mitos, cuidadosamente seleccionados, meticulosamente elegidos, de otros pueblos que le han precedido o con los que ha estado en contacto. Los mitos de nuestra civilización postmoderna (y permítaseme el uso sin la debida matización de tan problemático término, teniendo en cuenta que, cuando hablamos de cine, la palabra pueblo exigiría un mayor grado de redefinición en un mundo globalizado como el que vivimos) se han forjado en el cine. El cine como fenómeno, sea cual sea el soporte por el que se transmita, ha creado un lenguaje que se ha colado subrepticiamente, con esa habilidad que tienen los insectos caseros de colarse en los armarios más cerrados y escondidos de las casas, en las estructuras de las demás artes. Incluso la otrora sacrosanta literatura, de la que el más moderno arte bebió en sus orígenes, ha intercambiado durante todo el último siglo sus estructuras narrativas con él. Caso extremo y cada vez más frecuente es el de las novelas escritas desde su misma concepción con vistas a su adaptación al cine (no hay más que recordar sagas como la de Harry Potter). O de películas de éxito cuyo guión se ha convertido en novela (y podemos retrotraernos a casos en su época poco frecuentes como el de El tercer hombre). Fenómeno de influencias que no se ha limitado a la narrativa sino que ha tenido su propio desarrollo en otros géneros literarios como la poesía o el teatro. O el comic, un tipo de literatura a menudo denostada, quizá más cerca en realidad de las artes plásticas que de la literatura, y por ello mismo tan cerca del cine. En cualquier caso, dejando a un lado la discusión sobre el valor literario o artístico del comic, lo cierto es que ha sido una máquina prolífica de creación de héroes de las sociedades contemporáneas, algunos de los cuales han ascendido a la categoría de héroes mitológicos globalizados. ¿En qué lugar de nuestro planeta no se conoce a Superman? Es evidente que se trata de una pregunta retórica que no pretendo responder ni mucho menos matizar (y se podría y debería mucho) en este espacio. Pero si el mencionado héroe nace del cómic, ¿es por él por el que se lo conoce universalmente? ¿No será más bien por las versiones cinematográficas, para la pantalla grande o la pequeña, incluida la más reciente saga que se inició en los 80?

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Cada pueblo tiene sus propios mitos. Cada pueblo reinterpreta los mitos de los pueblos que le han precedido o con los que ha estado más en contacto. La antigüedad clásica ha sido, es, continuamente reinterpretada por la máquina de fabricar mitos de nuestra civilización occidental globalizada contemporánea (con perdón de nuevo por la falta de matices), el cine. La gran maquinaria cinematográfica de Hollywood retoma con frecuencia la historia de Grecia y Roma a mayor gloria del imperio americano, que al cabo es el que fabrica los sueños de más de la mitad del mundo interconectado. Y tras los éxitos de Gladiador o Troya se lanza a recrear la batalla de las Termópilas y la heroica muerte de los 300 espartiatas resistiendo e impidiendo el avance de los Persas sobre las ciudades de la Grecia europea en el 480 a.C. Y para ello ha recurrido de nuevo al cómic. En este caso, una sombría historia de Frank Miller, de finales de los 90, que le sirve casi de storyboard. Y dije casi, porque si bien recoge la estética plástica tenebrista del mismo, su punto de vista en encuadre de planos y secuencias, buena parte de sus diálogos lacónicos, en realidad, Zack Snyder hace del cómic cine y pone las imágenes de la historieta en movimiento continuo y acompasado, modifica la estructura narrativa del mismo haciéndola más fluida e introduce una serie de elementos, analizables y criticables desde el punto de vista del discurso que produce, pero perfectamente válidos desde el punto de vista de la narrativa cinematográfica.

¿Mito o historia?

Quizá lo que más sorprende al lector de Heródoto, primer historiador, cronológicamente hablando, que narra el episodio de las Termópilas, es la similitud de lo narrado en la película con lo narrado en el libro VII de su Historia. Casi todo lo que se cuenta (y vuelvo a subrayar el casi) y la manera en que se presenta proviene de Heródoto. Aunque parezca una exageración y una concesión al gusto americano de ver a sus héroes, el episodio en el que Leonidas arroja al pozo al embajador persa con una arrogancia rayana en la soberbia es referido por Heródoto. Si bien los heraldos eran de su padre Darío y los gobernantes de Atenas y Esparta eran anteriores a Leonidas:
               
Y por cierto que Jerjes no despachó heraldos a Atenas y Esparta para exigir la tierra porque años atrás, cuando Darío envió a sus heraldos con idéntica misión, los atenienses arrojaron a quienes les formularon dicha exigencia al báratro y los espartanos a un pozo, instándoles a que sacasen de allí la tierra y el agua y se la llevaran al rey.

Contemporizar dicho episodio con la historia narrada es un recurso cinematográfico más que usual y su intención forma parte del discurso general que intenta transmitir la película. Y no es lo único. De una manera u otra, la mayoría de los episodios provienen fielmente de su fuente (la traición de Efialtes, la comitiva de Jerjes, la tormenta que sufre su flota, el narrador que escapa de la masacre, la guardia real llamada los inmortales). Incluso parte de los diálogos se inspiran en fragmentos de la Historia.

¿Significa esto que la película refleja con fidelidad el episodio histórico de la batalla de las Termópilas? Evidentemente no. Como tampoco lo hace Heródoto en su Historia. Y por continuar con arriesgados y poéticos paralelismos, tanto Heródoto como Miller en el cómic y Snyder en la película crean un discurso mítico: a mayor gloria de los griegos, en el caso de Heródoto; a mayor gloria de los espartanos de la leyenda, en el caso de Miller; a mayor gloria de los más puros valores del imperio americano, en el caso de Snyder. Ninguno de los tres pretende hacer historia, al menos esa historia científica a la que nos acostumbró el historicismo desde el siglo XIX. Los dos últimos, obvia decirlo, son artistas y contemporáneos, pero es que Heródoto es un investigador de historias, que expone los resultados de sus pesquisas “para evitar que con el tiempo los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas por griegos y bárbaros –y en especial el motivo de su mutuo enfrentamiento– queden sin realce.” (Heródoto, I, proemio). El punto de vista que adopta Heródoto es claramente etnocentrista. A pesar de su manifiesta admiración por elementos de las otras culturas contemporáneas, su discurso no puede evitar posicionarse en el lado heleno de la historia y considerar que es su civilización la que ha conseguido el mayor grado de cultura. La oposición, típicamente griega, entre nosotros y los bárbaros aparece sin ambages en su obra, como más adelante la heredará Roma y, en definitiva, permanecerá en el inconsciente colectivo (perdón, por la expresión) cultural de la Europa occidental (incluyendo obviamente a los Estados Unidos, que se arrogará heredera de los valores de la antigüedad clásica hasta nuestros días, entre los que se encuentran los más manidos y manipulados de democracia frente a tiranía, libertad frente a esclavitud, ley frente a divinidad. Hecho que no deja de ser irónico en sociedades que han mantenido la esclavitud en sus más variadas formas hasta nuestros días).
Heródoto, y toda la historiografía griega, y en general todos los géneros literarios de la antigüedad, convirtió la batalla de las Termópilas en un mito, entendiendo por mito una hazaña realizada por superhombres, en este caso, los 300 espartiatas y sus aliados griegos. El gran mito de la superioridad de los pueblos helenos constituidos por ciudadanos libres frente al gigante persa que se valía de esclavos. Este es el mito que narra la película 300. No perdamos de vista este particular, porque es lo que marca la propia estructura y plástica del film.

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300 es ante todo una película épica y de la épica homérica encontramos muchos elementos. Pero para poder desgranar dicho “epicismo” en una época de relativismo y postmodernidad en la que vivimos, en una época a la vez de cientifismo y verosimilitud, para que, en definitiva, se haga creíble aquello que se cuenta sin exigir la complicidad incondicional de un público acostumbrado al realismo, utiliza un recurso básico de la épica, el aedo. El aedo es el relator. El personaje de Dilios es un aedo. A lo largo de la proyección descubrimos poco a poco que es éste el contador de historias, al que sus compañeros tanto respetaban por esa cualidad, el que narra el sacrificio y la heroicidad de los 300 espartanos muertos por defender el paso de las Termópilas. En la secuencia final lo encontramos frente a un nuevo ejército de espartanos a punto de entrar en combate en Platea. Él ha sido la voz en off que nos ha ido contando la historia de Leonidas desde niño, desde el episodio del lobo que contribuyó a que toda Esparta lo reconociera como rey, obviando la existencia de dos reyes en la ciudad histórica. Pero es un aedo, un relator, un cantor de relatos míticos y esa posición nos justifica todo: el evidente partidismo espartano de la hazaña, como si ningún otro griego, por cobardía o celo, hubiera contribuido a la batalla, la visión patética y terrible de los persas, incluida la imagen afeminada y a la vez monstruosa del rey Jerjes, las exageraciones en la actitud soberbia de los espartanos y su forma prácticamente invencible de luchar, su belleza y potencia física que en todo momento los hace semejantes a los dioses, el desprecio que manifiestan por los demás pueblos griegos, como por los atenienses, a los que tachan de afeminados. Dilios es un espartano que narra ante un ejército de espartanos a punto de entrar en una batalla decisiva.

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Es una arenga que incita a la venganza y a la victoria contra el mismo rey que aniquiló a los 300 compatriotas un año antes. El sobrevivió por expresa orden de Leonidas. El etnocentrismo espartano está servido. El personaje de Dilios está inspirado también en Heródoto:

según cuentan, dos de los 300 espartiatas, Eurito y Aristodemo, podían haberse salvado, volviendo juntos a Esparta (pues habían sido autorizados por Leonidas a abandonar el campamento y se hallaban en Alpeno aquejados de una grave dolencia ocular) (…) así fue como Aristodemo se salvó. (…) Sin embargo, en la batalla de Platea reparó por completo la falta que se le imputaba. (Heródoto, VII, 229-232).

Licencias históricas o el discurso americano.

Como toda película de corte histórico o adaptación literaria, a 300 no le faltan las licencias históricas, eufemística forma de llamar las imprecisiones y desajustes respecto al hecho real que narra. Unas provienen ya del cómic en el que se basa, otras están justificadas por el carácter épico mitológico de la propia película y otras, en fin, son concesiones a la política de corrección imperante en el Hollywood del siglo XXI. 
Pero vayamos por partes. A pesar de que en los últimos años los estudios cinematográficos se han llenado de asesores históricos, las licencias de las películas recientes que tratan la antigüedad grecorromana son flagrantes. No hay más que recordar la toma de Troya en unos 14 días en la superproducción de Petersen, que recuerda curiosamente las guerras de supuesta intervención rápida de los presidentes Bush. O el bodrio narrativo que resulta del Alejandro de Oliver Stone, pese a la supuesta fidelidad histórica, que está más que por ver. En este sentido, las licencias históricas que se toma 300 son minucias.

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En primer lugar, la tan criticada visión negra, en todos los sentidos, de los persas, la presentación de esos monstruos caracterizados por la fealdad, la aparición del rey Jerjes con sus mejores galas de drag queen en una carroza digna del mejor desfile de un gay pride, está perfectamente justificada por el tono épico partidista y etnocéntrico de la misma película. Simplemente voy a recordar el argumento más arriba esgrimido de que la subjetividad de la narración en boca de un narrador de historias espartano arengando a espartanos a las puertas de una batalla crucial contra el ejército persa lo justifica plenamente, más allá de cualquier lectura sobre la visión americana del pueblo iraní (descendiente con millones de matices de semejantes antepasados persas). Es de la misma manera como se justifican en la estructura de la película otras imprecisiones bastante obvias, como la deformidad física y el origen del traidor Efialtes, la ausencia absoluta de referencia a los esclavos de Esparta, pero cuyo caso más flagrante es la ausencia de cualquier signo de ayuda por parte del resto de los griegos, en particular de los atenienses, que sólo son mencionados para dudar de su hombría y que probablemente sería la imprecisión que más irritaría a Heródoto. En cualquier caso pueden considerarse concesiones propias del género épico.

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En segundo lugar, la presentación de los éforos como esos seres deformes, representantes de los antiguos dioses y guardianes corruptos de la pitia, está sacada íntegramente del cómic y parece responder a una concesión a la estética de la literatura gráfica contemporánea en la que frecuentemente se mezclan lo gótico, el expresionismo y el gore cinematográfico.
En tercer lugar, el protagonismo de un personaje que no está en el cómic y que abre una trama paralela de traidores y leales dentro de la ciudad mientras los guerreros campan por las Termópilas. Me refiero a la reina y mujer de Leonidas que corresponde a las concesiones a lo políticamente correcto del discurso actual americano.

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El problema es que es la trama menos justificada cinematográficamente hablando y que en verdad constituye un lastre para el ritmo general del film. Eso sí, aprovecha para lanzar un discurso en la asamblea, de lo más inconsistente, todo hay que decirlo, y tan obvio, sobre las maravillas de la libertad de expresión y la igualdad de sexos, que parece más destinado a unas clases de Educación en valores que a una obra de arte.
En cuarto lugar, para cerrar la lista de imprecisiones históricas más evidentes, la monarquía de Leonidas, que, con todos esos tintes supuestamente democráticos de los que se reviste, pasa por alto que en Esparta gobernaban dos reyes. Y es una elección perfectamente buscada con dos fines bastante claros: realzar al héroe absoluto y unívoco, personalizando la hazaña de las Termópilas y monopolizándola, y adecuar la historia al público al que esta película va dirigido, como espectáculo de masas que pretende ser, evitando así, de paso, liar al personal con extrañas historias de diarquías y semejantes precisiones europeizantes. Como si no tuvieran ya bastante con elegir un presidente, como para tener que elegir dos.

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Tanto las imprecisiones históricas como el tono épico del film elaboran un discurso marcado por cuatro líneas fundamentales que enganchan con el discurso general que nos transmite Hollywood en estos inestables y volubles albores del siglo XXI.

1. El héroe individual y personalista que piensa y ve más allá que sus contemporáneos es el héroe verdadero, el único capaz de salvar a un pueblo y a sus aliados, lo quieran o no, de la tiranía de lo desconocido.

2. Por más que el mundo se haya globalizado, la dicotomía etnocéntrica civilización/barbarie continúa vigente. Aquel que no se percate de que con la civilización occidental hemos llegado al fin de la historia permanecerá del lado de la barbarie. La civilización podrá sufrir pequeñas derrotas puntuales que no son a la larga sino victorias completas, como lo fue la batalla de las Termópilas.

3. Los valores válidos ética y políticamente son los de la libertad, libertad entendida evidentemente como la posibilidad individual de expresar la opinión propia y la libertad de defender por todos los medios lo que uno posee por méritos propios. Y aquí no hay diferencias de sexo. Sin embargo, la libertad colectiva es necesario dejarla en manos de los más capaces, los que tienen vocación de héroes, porque ellos, a falta de los dioses tradicionales, decidirán el bien por todos los demás.

4. El valor que verdaderamente hace superior al héroe frente a los demás hombres es el de la fuerza, obtenida a base de tesón con una educación plagada de renuncias desde la infancia. Entrenamiento extremo que hace ver más allá de las apariencias en los peligros y con la supremacía de la fuerza y la destreza en un mundo donde el hombre es un lobo para el hombre.

Discurso conocido que rezuma cualquier película de héroes, matizado cada vez más por la corrección política para un espectáculo de masas estéticamente sólido. Visualmente 300 es un verdadero espectáculo: estética tenebrista apegada al cómic del que procede. Argumentalmente es una obra épica, con todos los elementos que dicho género contiene: esquematismo de personajes, lugares comunes, héroes bellos y malvados físicamente deformes, escenas de acción hiperbólicas, que sin embargo no tiene por qué envidiar el mismísimo Homero. Ideológicamente reproduce el conocido discurso de la superioridad de los valores occidentales al que Hollywood nos tiene acostumbrados con ligeras notas de actualización. Corrección política obliga. Por suerte, espectáculo también, y a pesar de, o quizá por, la seriedad que pretende, se hace una película divertida. Que no se lo tomen a mal sus creadores si no era eso lo que buscaban.

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ISSN 1988-8848